Imaginemos por un momento que estamos en la puerta de nuestra casa y las luces están apagadas sin luna llena, sin ninguna luz que se filtre por las ventanas, y queremos saber la distancia entre una pelota de beisbol que está en el suelo y nosotros , ¿qué haríamos?.

Fácil, prender la luz, ver donde está la pelota y medir la distancia entre ella y nosotros.

¿Sería lógico acaso ir hasta la pelota, patearla, seguirla hasta que se detenga y recién medir la distancia?

Obvio que no, menos aun si lo que queríamos saber era la distancia inicial entre ella y nosotros.

Ahora imaginemos por un momento que el electrón tuviera el tamaño de dicha pelota de beisbol, que este electrón esté también en el suelo, y como en el caso anterior deseáramos saber la distancia entre él y nosotros, ¿qué haríamos?

Fácil dirán, prenderíamos la luz, y mediríamos la distancia. Pero he aquí el detalle, al prender la luz, el electrón recibirá energía ya que, como todos sabemos, la luz transporta energía (y el que lo dude, que se compre una calculadora solar). Al recibir energía el electrón se moverá automáticamente y por lo tanto, cuando queramos medir la distancia entre él y nosotros ya no seremos capaces de hacerlo, porque nuestro queridísimo y estimado electrón se ha movido. Es como si en el caso anterior hubiéramos ido y pateado el electrón.

Entonces ¿cómo hacer que no se mueva?, fácil dirán, no prendamos la luz, pero entonces queridos lectores, ¿cómo sabremos donde está el electrón si estamos a ciegas?.

En resumen, si prendemos la luz, el electrón se mueve, y si no lo hacemos, no podremos ver al electrón. He aquí el dilema, y es por eso señores y señoras que existe la mecánica cuántica.

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